‘La batalla de los bastardos’. Madre mía, qué batalla. Fango, sangre, espadas, caballos, soldados, bastardos. Ese plano secuencia que comienza pegado a la espalda de Jon Snow es lo más cerca que hemos estado nunca del caos, el horror y la violencia de una batalla medieval (Hola, Cine). Todo un adalid y prodigio de la técnica audiovisual en la pequeña pantalla. “La batalla más larga de la historia de la televisión”. La batalla de la que todo el mundo habla, de la que todo el mundo escribe y de la que se publicarán más análisis, cómo se hizo y entrevistas de las que ninguno tenga la capacidad de ingestar. Una batalla que ha sido capaz de dejar de lado un momentos clave (y espectacular): el comienzo del reinado de Daenerys Targaryen a lomos de Drogon, acaudillando a sus tres dragones y calcinando la flota enemiga al grito de dracarys (¿os excita esto tanto como a mí?). O la relevancia que han cobrado los personajes femeninos en el juego de tronos. Personajes que han dado un paso al frente en el tablero y que han de jugar papeles claves y decisivos en el devenir de los acontecimientos de la serie. Como el de Yara Greyjoy en su nueva alianza con Dany (la primera jugadora) para ayudarla a llevar a cabo la conquista de Los Siete Reinos y así recuperar el Trono de Sal, como el de la reina Margaery en Desembarco del Rey con su estratégica conversión a la Fe de los Siete para gestionar la fundamentalista y altiva iluminación del Gorrión Supremo y la inoperancia e incapacidad de su propio marido el rey Tommen y, sobre todo, el de Sansa y el papel fundamental que ya ha desempeñado en la recién recuperada Invernalia y el que le queda por desempeñar en la Casa de los Stark.
A decir verdad, nunca he visto ‘Juego de Tronos’ por su espectacular producción (la mayor de la historia de la TV). O solo en parte. Por lo que realmente siempre me ha interesado la serie ha sido por su texto. Por ser una de las grandes tragedias contemporáneas. Si disfruté aquella célebre pelea entre la Montaña y la Víbora que nos revolvió a todos en el asiento en el octavo capítulo de la cuarta temporada, me quedé extasiado con una escena que pasó entre incomprendida y olvidada a partes iguales en ese mismo episodio. Aquel diálogo que mantuvieron en la celda Jaime y Tyrion Lannister, aquella conversación entre un hermano intentando reconfortar al otro en los albores de una sentencia que podría guardar un desenlace fatal. En esa escena, en ese último encuentro fraternal, Tyrion le recuerda a Jaime una historia de cuando era niños. Una historia sobre su primo Orson Lannister. Un tipo grandullón y no demasiado inteligente que se pasaba las horas, los días y las semanas en el jardín de palacio aplastando escarabajos con una piedra. Nada lo hacía más feliz. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué aplastaba todos esos escarabajos? ¿Cual era la razón detrás de su incansable matanza de escarabajos? ¿De qué trataba todo eso? Son las preguntas que obsesionaron a Tyrion durante su infancia y que ni toda la sabiduría de una biblioteca era capaz de responderle (“se ha escrito demasiado sobre grandes hombres y no lo suficiente sobre los imbéciles”). Era horrible que todos esos insectos murieran sin ninguna razón. Una vez trató de detener a su primo, pero tenía el doble de tamaño, lo apartó sin molestarse y continuó aplastando. ¡Khuu! ¡khuu! ¡khuu! Hasta que un día una mula lo golpeó en el pecho y lo mató. ¿Gracioso, no?
Con la fantasía cada vez más presente y adquiriendo peso en la trama a ritmo que avanza la serie con la amenaza de los Caminantes Blancos y los dragones de Daenerys, ‘Juego de Tronos’ ha sido/es una gran serie política. Una serie sobre intrigas, una serie sobre la ambición, una serie sobre el dinero, una serie sobre EL PODER (¿acaso no es todo lo mismo?). El primo Orson aplastaba centenares de escarabajos día tras día porque podía. Porque él era un gigante y los escarabajos unos insignificantes insectos que nada le importaban. Es la naturaleza humana, es la naturaleza del poder. Fue lo que Tyrion llegó a desentrañar y comprender del ser humano a través de la observación empírica de aquella conducta. Fue lo que Tyrion intentaba explicarle a su hermano Jaime en su ¿último encuentro? Orson lo hacía con unos simples escarabajos, pero su padre, Tywin Lannister, lo estaba haciendo con su propio hijo, lo estaba haciendo con la humanidad. Al igual que Ramsey Bolton. Ramsay Bolton era despiadado porque pudo. Ramsay Bolton tortur hasta la extenuación a Theon porque pudo. Ramsay Bolton asesinó a su padre, Roose Bolton, porque pudo. Porque tuvo el suficiente poder (y los insuficientes escrúpulos) para poder ejercerlo sin límites y sin piedad. Si Tywin Lannister era la encarnación de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo (“Para conseguirlo (el poder) tendrás que recurrir a la astucia, el engaño, y si lo considera necesario, la crueldad”), Ramsey Bolton era su aberración. El problema del poder es que tiene un enorme talón de Aquiles: sólo lo puedes ejercer cuando lo tienes. Y, siempre, llega el día en que no lo tienes, Orson, Tywin y Ramsey.
Ramsey –Mis perros nunca me harán daño
Sansa – Llevas siete días sin alimentarlos. Tú mismo lo dijiste.
Ramsey –Son bestias leales.
Sansa –Lo eran. Ahora tienen hambre.
La semana que viene volvemos para comentar el nuevo capítulo de Game Of Thrones. Y recordad, podéis verla en España en CANAL+ Series con su 6ª temporada en VOS, la madrugada del domingo al lunes a las 03:00 horas, al mismo tiempo que su estreno en EE.UU y en DUAL, el lunes de la semana siguiente, a las 21:30 horas.
Tráiler de ‘Game of Thrones 6×09’
Crítica de 'Game of Thrones 6x09 Battle of Bastards'
OBRA MAESTRA - 10
10
Una visión diferente sobre uno de los mejores capítulos de la historia de la serie, que espero que también sea recordado por sus desarrollo, implicaciones y consecuencias, y no sólo por su espectacularidad.
Simplemente brutal este 6×09 de la serie. Yo creo que también deberíamos hacer una mención especial al equipo de posproducción por lo conseguido, ya que alterar las grabaciones y que haya esta batalla épica reflejada merece algún reconocimiento. ¿Lo malo? Que queda un capítulo y a esperar casi un año.