Este articulo bien podría titularse ‘El Ministerio del Tiempo y los elementos indispensables en una buena serie’ porque voy a hablaros de un conjunto de elementos que han brillado con especial fuerza en este season finale de la serie de viajes en el tiempo de RTVE. Feminismo, cuestionamiento de la masculinidad tradicional entre otros valores, homosexualidad, política, religión y muchas dosis de moral y ética vuelven a converger en El Ministerio del Tiempo, pero esta vez con un potencial reivindicativo mucho mayor en un episodio donde mi amada Amelia Folch es la gran heroína.
Pero antes de hablar más de esto, viajemos en el tiempo. Usemos una de las puertas del ministerio para viajar al comienzo de la temporada, vamos a visitar al Cid.
La segunda temporada de El Ministerio del Tiempo estaba siendo muy esperada (¿por quién? Si no tiene audiencia. En fin). Al fin llegó con un episodio que no defraudó a nadie. La calidad técnica y artística era muy superior a la de la temporada pasada, que ya era de por sí un acierto. Muchas tramas horizontales bien conjugadas se proyectaron en esta nueva etapa. Julián se marchaba, Susana la liaba, Irene no pasaba una buena época y Pacino entraba en el armario.
¡Que genio este Pacino! Me mostraba reticente ante Hugo Silva y su “sustitución” de Julían, no lo voy a negar. Me equivoqué. Pacino es ya parte del alma de esta serie, no sobra y cuando se marchó dije “creo que me duele más la marcha de Pacino de lo que me alegra la vuelta de Julián”.
Las locas aventuras en las que se sumergía la patrulla en su lucha contra Lola, Darrow y Susana Torres eran bastante interesantes, le dieron un toque diferente a la serie y tuvieron un cierre genial. En esta tanda están mis dos episodios favoritos de esta segunda temporada de El Ministerio del Tiempo —salvando ‘Cambio de Tiempo’, por supuesto—, ‘El Monasterio del Tiempo’ y ‘Tiempo de Magia’. Quiero volver a ver a Argamasilla.
Tras el parón y la magnífica factura de ‘Tiempo de Valientes’, El Ministerio no ha flaqueado ni un poquito. ‘Óleo sobre tiempo’ me recordó tantísimo a Alias que es imposible no enamorarse de ese capítulo. Creo que nadie lo ha comentado, pero la relación de Velázquez y Salvador es la que más comedia arrastra, ¡qué grandes!
El de la Vampira, el más oscuro de la temporada, también encantador con altas dosis de intriga y giros. ‘Tiempo de lo Oculto’ posiblemente ha sido el que menos me ha gustado, ese humor no es de mi estilo y dista de la tónica que hemos visto en esta serie. Pero cada capítulo es un género y unos gustan a unos más que a otros. He de decir que no pude parar de reír con la yogurtera de Angustias. ¡Angustias! ¡Qué gran personaje! Quiero probar su pollo asado. El bodorrio fue muy divertido también, y con una crítica a los valores tradicionales más que interesante.
Y aquí es donde yo quería llegar. Remitiéndome al principio, El Ministerio ha ido conjugando a lo largo de la serie los elementos antes mencionados, de manera individual o combinados con otros en los distintos episodios, con mayor o menor presencia. Por ejemplo, ‘Separadas en el tiempo’ hace fuertes alusiones feministas que normalmente van de la mano de personajes como Amelia e Irene; o el tema de la homosexualidad que se lució en ‘Tiempo de Venganza’ donde se tratan todas las luchas de Irene.
La serie ha ido cociendo todos estos elementos. Los personajes han evolucionado aprendiendo de ellos, destacando a Amelia y Alonso, que se han acostumbrado a vivir en un tiempo que no es el suyo. Cada uno a su ritmo, claro está. Amelia ha estado muy atormentada esta temporada, poco a poco ha ido a mejor. En la boda se la veía más alegre y en este final ha cogido toda la fuerza que tenía para luchar por lo que cree justo. Ha absorbido todos los valores que la serie iba tratando para soltarlos todos juntos en este final.
De nuevo en un mundo que no es el suyo, un mundo injusto, y sola. Julián y Alonso no estaban muy por la labor de ayudarla. Amelia podría haberse sometido de nuevo, pero no. Ella cogió su fuerza y tomó como referencia a su reclutadora, Irene. En una situación totalmente opuesta a la que dio pie a la serie, Amelia le devuelve el beso a Irene. No es un beso romántico, Amelia no es lesbiana. Es el beso de una amiga que busca despertarla o darle esperanzas. Un beso que significa “el mundo no se va a quedar así, yo lo voy a cambiar”. Amelia refleja la lucha constante de mucha gente por una sociedad mejor, de gente que no se deja embaucar o empequeñecer por lo establecido, de gente de la que hay que aprender. Todos podemos aprender de Amelia.
Pero El Ministerio del Tiempo es una serie de compañeros, de trabajo en equipo. Un valor bastante importante. Julián y Alonso aprenden la lección. “Maite y Blanca están sumisas, ¿tú quieres una mujer así?”, dice Julián que refleja la ruptura con la masculinidad tradicional. Ambos ayudan a su compañera, a la que acaban dando la razón. “Yo soy un soldado, y los soldados nunca abandonan a sus compañeros de guerra”, dice Alonso. Porque en esta serie la moral y la ética siempre predominan. Aquí, el fin nunca justifica los medios, y el buen hacer es siempre la solución a los problemas de los protagonistas. La patrulla unida sí es invencible, y no el reinado atemporal de Felipe II.
Y al final, el propio Felipe II aprende de sus errores. Porque repito, en esta serie, la moral está por encima de todo. Las cosas no se solucionan con violencia y una conversación racional con Amelia hace que su majestad cambie de opinión.
No quiero que la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo sea la última. Ha vuelto a demostrar que es una serie necesaria, una serie diferente. Que más dan las audiencias si tienes un público fiel y un producto didáctico y cultural. Esperamos buenas noticias. ¡Que perdure El Ministerio del Tiempo!
Review de la segunda temporada de 'El Ministerio del Tiempo'
Notable - 8.5
8.5
Una segunda temporada que ha conseguido lo imposible, superar la primera. El Ministerio del Tiempo ha demostrado una vez más que es una serie necesaria en este país. Personajes, estructura, factura y temas son brillantes y destacables por encima del resto de producciones patrias.