Hace mucho que RTVE quiere apostar por ser una televisión de calidad, pero a su vez este impetuoso cambio de imagen arrastra tras de sí una política poco acertada y también, poco arriesgada.
En Inglaterra, que es el ejemplo a seguir en este asunto, la BBC ha creado un entramado multimedia a su alrededor con un vocabulario propio y una calidad reconocida con su multitud de premios. En este país, se habla de una manera propia de hablar en la BBC donde destacan sus series y grandiosos documentales.
La fragmentación de las audiencias en los últimos años ha hecho que desde Caffarel se haya buscado una solución pero que no se atisba, y eso nos perjudica a los ciudadanos. Apostar por el formato de la telerrealidad y de sociedad no merece la pena cuando hablamos de servicio público, sin embargo, la apuesta por otros como el humor, la denuncia social, programas políticos u otros, deben ser la bandera de nuestra televisión y radio por excelencia.
Todo ello debe crear una conciencia social suficiente para no exigir que entre en el juego de las audiencias a corto plazo, ya que esos programas que pedimos al principio pueden no ser líderes, pero con el tiempo, el ciudadano aprecia la cultura y sobre todo, la calidad. Una TVE1 con un share del 15% puede ser factible y rentable, es más, una televisión pública no financiada en un porcentaje alto por la publicidad puede darle mayor viveza y cercanía, y con esa reducción a nueve minutos por hora puede ser el comienzo de un nuevo brillo vivido en épocas anteriores.
La cadena vive de rentas -y de su franja de tarde- pero un cambio de imagen corporativa no ejerce un lavado de cara, eso lo da una apuesta en firme por la calidad.