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Cuidado, ‘It’ puede golpearte con nobleza

Sin cortapisas: ‘It’ está en las antípodas de lo que venden algunas de sus más que eficientes campañas de marketing, lo que puede ser una gran señal para todos los niños del mundo. La obra homónima de Stephen King, quizá la más rica en matices y cercana al ser humano de su prolija carrera, no era (y es) un paseo en barca para directores y guionistas, sino más bien un aliciente para demostrar que el género fantástico sigue siendo el principal espejo donde mirarnos. Andy Muschietti entendió a la perfección las tribulaciones de la obra original para concentrarla en la idiosincrasia de los personajes, sustituyendo el terror natural que infunda la historia por lo que verdaderamente importa, aplastar miedos con la nobleza como arma nuclear definitiva en una muy entretenida aventura infantil. Pennywise no debía dar pie a los pasajes más perturbadores de la novela, sino convertirse en la rendija por la que Los Perdedores arrojasen luz sobre todas las preocupaciones y pesadillas posibles de la pre-adolescencia. Por ese motivo, la primera parte de ‘It’ se antoja un acierto casi al 100% de sus posibilidades. Como ya lo hiciera en 1990 Tommy Lee Wallace en su serial televisivo de dos capítulos, la adaptación cinematográfica de 2017 se adscribe a esa querencia por tender puentes con la cultura adolescente actual desde finales de los ochenta a través de un grupo de niños que, caramba, comienzan a tener al Payaso Bailarín hasta en el pastel de carne de mamá. Las lecturas de primera línea son bastante claras si atendemos al desarrollo completo del libreto firmado por Chase Palmer y Gary Dauberman. Sin embargo, el prólogo con el que Muschietti nos invita a conocer los rincones de la lúgubre Derry (luego cálida y perfecta para los amores de verano) es un anzuelo bien elaborado para que mostremos más interés por los traumas infantiles y su laberíntico proceso de descubrimiento. Por tanto, nada es tan simple como el sobreactuado CGI nos hace pensar.

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Existen momentos, espoleados sobre todo por ciertos recursos de cámara, en los que ‘It’ se deja llevar por productos tan descorazonadores a niveles de horror como las ‘Pesadillas de R.L. Stine’ o el final de ‘Harry Potter y la Cámara de los Secretos’. Cantos a la lealtad, a la excitación de los ritos de iniciación para romper intrincados maleficios… En definitiva, a la formación de una amistad en la que apoyarse cuando las cosas no van todo lo bien que nos gustaría. Con golpes de diálogo (casi siempre en boca de un carismático Finn Wolfhard) que ayudan a tejer ese espacio-tiempo de los grupos de grandes colegas, Palmer y Dauberman dan especial importancia a cómo se plantean estos personajes sus deberes y obligaciones. Nos cansamos de oír cómo Richie o Eds recuerdan su estado en el mundo y qué se supone que deberían hacer siendo lo que son. Pero no, aquí ya no existen los niños inocentes que untan de parafina sus barquitos para que floten, sólo valientes capaces de mirar a Pennywise a los ojos (soberbio Bill Skarsgård) y decirle que no hay miedo que valga cuando la autodeterminación está en juego. Porque de cero a diez, ¿cuán terrorífico es el ecosistema de un payaso psicópata comparado con sentirse un completo marginado social, con el abuso infantil, la pederastia, el sobreproteccionismo, el empacho religioso o la pérdida familiar? Cero. Muschietti sabe que el miedo esotérico es tan subjetivo como los traumas que lo generan, y por eso construye el relato alejándose (mediante la omisión) de los problemas terrenales explícitos, dándoles forma en el Payaso Bailarín con tanta sutileza como ideó King, sin someternos a una visión cruda de los mismos. De modo que ‘It’ es bastante más noble de lo que se esperaba, incluso tan blanca en ocasiones como cualquier producto metaficcional -‘It Follows’ o ‘Stranger Things’- que avive nuestros miedos para después recordarnos que siempre hay una salida, aunque todo parezca perdido.

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En este caso, la salida está en los colegas, en las bicicletas y en las anchas callejuelas de Derry. Bastión de la niñez ante los abusones, apoyo en la adolescencia para superar deseos nunca antes imaginados y válvula de escape para la vida en general. King lo dibujó de manera inmejorable en la novela y el director de ‘Mamá’ ha conseguido que sintamos como nuestros los pasos de estos Perdedores convertidos en Héroes por merecimiento propio. El problema llega cuando Pennywise y sus niños flotantes -muy similares en diseño a los Hijos del Bosque- quieren hacernos temblar, siguiendo la idea inicial de un género cada vez mejor valorado. Donde la atmósfera es brillante, la garra del buen terror se pierde como el pelo en un desagüe, pero nos da exactamente igual porque, a pesar de que no cargue las tintas en los contra-planos ni busque el susto elaborado, ‘It’ no es una película de terror, sino sobre él y a una edad donde el mero florecimiento es ya una causa de rechazo en sí misma. Sin ser ello un motivo para desilusionarse (pues aún queda una segunda parte donde se supone dar rienda suelta a los problemas de la madurez y el origen del payaso), se puede convertir en una de sus fortalezas. Partiendo de la base de que los adultos buscan atemorizarse un ratito con historias para no dormir, los niños que han dado el salto a la E.S.O. prefieren reírse de los payasos y los más pequeños desean de una vez por todas acostarse con la luz apagada, Muschietti ofrece todos los elementos lectivos de ‘It’ de tal manera que la moraleja inicial se entienda como una aventura fantástica a cualquier edad, en cualquier situación y casi para cualquier público, sin que algún polizón de la resistencia abandone la sala con ganas de meter la mano en una alcantarilla, pero con la voluntad para hacerlo si necesita conectarle puñetazos a la vida.

Tráiler de ‘It’

Sobre Mario Álvarez de Luna

Periodista cultural | Crítico cinematográfico | Analista televisivo.

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