Bajo el título de Goodbye Berlin, llega a las salas españolas Tschick, última película del director germano de ascendencia turca Fatih Akin y adaptación del bestseller homónimo de Wolfgang Herrndorf que nos cuenta el alocado verano de dos adolescentes en la carretera.

Maik (Tristan Göbel) tiene catorce años, un amor platónico, una madre alcohólica más sensata que la mayoría de adultos que le rodean y escaso éxito social, en definitiva, todas las desventajas de ser un marginado sin mejoría posible a la vista. Sin embargo, todo cambia cuando Tschick (Anand Batbileg) aparece en la clase; su origen difuso, sus zapatillas desgastadas y su mochila con vodka en vez de libros, le sitúan automáticamente en una frontera del éxito social aún más complicada de la que la estamental enseñanza secundaria ha establecido para Maik y hacen que incluso él le vea como un problema en la escalada hacia la aceptación y la consecución de su objeto de deseo: Tatjana Cosic (Aniya Wendel).
Tras el ligero desencuentro inicial, Tschick se perfila como el motor que Maik necesita para llevar a cabo el consejo que entre trago y trago su madre no se ha olvidado de darle: «deja de pensar en lo que piensen los demás y se tú mismo». Con el embrague pisado a fondo, a bordo de un coche «prestado» y un buen arsenal de pizzas congeladas en el maletero, lo que, como tónica general no pasa de un estado buenrollista de Facebook o de un eslogan de taza de Mr.Wonderful, bajo la dirección de Akin se convierte en un viaje iniciático sin alardes, en una reflexión sencilla (que no simple) sobre la adolescencia y las formas de definirnos y reafirmarnos en la jungla social.

Con Goodbye Berlin, Fatih Akin demuestra algo que ya sabíamos, que puede viajar desde el drama de Al otro lado (premio al Mejor Guion en Cannes en 2007) a la comedia de Soul Kitchen sin perder en el camino su preocupación por temáticas como la presión social, el mestizaje, las fronteras y el autodescubrimiento. Y que puede hacerlo incluso abordando una temática en la que encontramos referentes indiscutibles como John Hughes.
Akin no se deja intimidar por la premisa sencilla y la rigidez de un género canónico como la road movie, maneja el cliché y juega con las convenciones, permitiéndose licencias propias del videojuego y la locura tarantiniana cuando nuestros protagonistas no están en la carretera pero ciñéndose a lo propio del género cuando Maik o Tschick pisan el embrague sin miedo. Akin nos sitúa en la rebeldía inocente propia de la adolescencia, sin edulcorantes nostálgicos ni visiones futuras, dejando el final en promesa de reencuentro en vez de meta materializada. Un viaje disfrutable hacia la confusión de la madurez.
Tráiler ‘Goodbye Berlin’, de Fatih Akin