A Kenneth Lonergan siempre le han acompañado los ideales de culpa y duelo, pero no como lo que precede a la expiación y la muerte en los códigos religiosos -a pesar del catolicismo que exudan sus personajes-, sino estableciéndolo como los mayores elementos disruptivos de la conciencia humana. Su modo de ahondar en ella, tanto en Margaret como en Puedes contar conmigo– sus dos primeras y únicas películas-, ha estado estrechamente ligado a relatos mundanos; ya sea en relaciones fraternales, dilemas existenciales o muertes prematuras, el cine del director y guionista nacido en El Bronx entra de lleno en la fascinación por lo sencillo, en una especie de costumbrismo aséptico que nos susurra palabras de amor mientras sus personajes se rasgan las vestiduras. De la misma manera ocurre en Manchester frente al mar, un drama al que su creador añade capas y capas de tragedia mientras busca trascender a golpe de personajes catatónicos, conquistados por la aflicción, y pinceladas de un humor a veces fracturado -esa camilla en la ambulancia-, a veces necesario -las continuas idas y venidas entre Lee y Patrick Chandler (mención al trabajo de un Lucas Hedges que devuelve importancia a los intereses adolescentes). Partiendo de la base de que el ser humano trata de tender puentes en la vida casi con la misma obsesión que de mantenerlos en la muerte, no es descabellado pensar que si estos se caen, nosotros vamos detrás.
Sobre eso nos habla Lonergan, apostándolo todo a la contención para ir desmadejando, puñado de analepsis mediante, la psique de los protagonistas. Sobre asimilar la más que factible imposibilidad de enfrentarse a los fantasmas del pasado, sobre no poder aceptar el peso de la vida y, así, perpetuar una huida hacia delante. Manchester frente al mar es un cuadro hiperrealista dotado de extrañezas y símbolos que, lejos de ocultar ciertos pasajes, dejan muy claro su carácter pastoral -los planos desaforados de una Boston dominada por la niebla y una exposición de vínculos personales extremadamente normal resumidos en un único concepto: la empatía. Estamos ante un estilo narrativo (bastante arriesgado, siempre y cuando no tengas a Casey Affleck en estado de gracia) fruto del cine independiente, que entrega el poder al cuidado de la imagen, a la sensibilidad anti-melodramática, a las zonas menos amables de la vida que sobrevivió al desastre, a la austeridad absoluta. Sin embargo, al director no le tiembla la mano a la hora de cruzar los márgenes de la tristeza -donde casualmente se encuentra su protagonista- para explicarnos que el estigma de Lee admite a la ciudad de Manchester como cicatriz; a sus ciudadanos como instigadores; y a la soledad del sustituto como un juego casi cómico, y que son (y siempre fueron) las situaciones más normales las que guardan su esencia. Filosofía existencial aplicada a las pequeñas cosas.
En las franqueza y elegancia con las que Lonergan enarbola la historia está el quid de su atractivo: aquí no hay imposturas, esto es la vida, no sólo de un individuo roto por dentro, muerto metafóricamente, sino de una sociedad incapaz de pasar página, de dos almas incapaces de comprender su condición. Su músculo narrativo es tan privilegiado que incluso se toma la licencia de introducir imágenes aparentemente huecas con Albinoni como acompañante de lujo, otorgándole a la película un sentido dramático químicamente puro. Si hay algo que haya parido el cine reciente a lo que se parece Manchester frente al mar es a la Carol de Todd Haynes, aunque ciertamente más especulativa en la sucesión de algunos planos recurso. Un trabajo delicado, desapasionado, preparado para someterse al escrutinio de un público acostumbrado al griterío y las penas de los dramas desconsoladores. Pero no te engañes, potencial espectador, aquí no vas a derramar una lágrima, quizá sí abandones la sala hundido, sin saber muy bien por qué, ni qué ha sido lo que te acaba de pasar por encima. Vida y muerte, pocas veces son como las pintan.
Tráiler de ‘Manchester frente al mar’
Review de 'Manchester frente al mar', lo nuevo de Kenneth Lonergan
NOTABLE - 8
8
'Manchester frente al mar' es un cuadro hiperrealista dotado de extrañezas y símbolos que, lejos de ocultar ciertos pasajes, dejan muy claro su carácter pastoral -los planos desaforados de una Boston dominada por la niebla y una exposición de vínculos personales extremadamente normal resumidos en un único concepto: la empatía.