La La Land

‘La La Land’ nos regala un placebo en tiempos de incertidumbre

«No es oro todo lo que reluce» es uno de los refranes españoles que mejor se ajusta a los márgenes de nuestros tiempos y, por extensión, a La La Land, el producto con la estrategia comercial presumiblemente más grande del siglo; la película que te enamorará, aunque no sintieses más que indiferencia cuando la cúpula bicéfala de Podemos se rompió tras Vistalegre II. Estamos en época de cambio, por ahora hacia una zona de sombra político-social, en la que nada nos produce mayor satisfacción que encontrarnos con un placebo/entretenimiento capaz de hacernos olvidar, durante un par de horas, las posibilidades trágicas espoleadas por algunos líderes mundiales en materia demográfica. Dentro de este ratio, como todo hijo de vecino estará tratando de gritarnos desde el otro lado de la pantalla, el as de la baraja cinematográfica le corresponde al romanticismo. Género que no sólo ha avanzando en solitario con más o menos solidez, sino que ha sido históricamente incorporado a tramas de distinta índole para cubrir las necesidades de la otra parte del público. Aquella que busca guiones donde todo parezca posible; que exige tener el privilegio de tocar las estrellas tras abandonar la sala y buscar, allí arriba, en el cielo, su propósito existencial. Bien, pues el filme musical de Damien Chazelle -sí, el señor que está detrás de la monumental historia sobre dos sociópatas buscándose las cosquillas con baquetas- se une a la lista de obras de orfebrería técnica que, apoyándose en clásicos sempiternos, tienen el complejo de estrella extinta: Allí donde había tanta luz que era imposible siquiera entornar los ojos, se ha revelado una oscuridad interna tan grande como su marimbero número de apertura -por cierto, una de las mejores secuencias del año que, sí, tiene elementos de Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964) pero, vamos, déjate de imposturas, y reconoce cuánto tiempo llevas sin ver algo tan bien rodado.

La La Land

En La La Land hay amor y odio; música y coreografías (la primera más trabajada que las segundas); éxito y miedo; digresiones en favor del flechazo; y hasta golpes críticos hacia una industria a la que los nuevos tiempos la han teñido de falsaria -esa sesión fotográfica de Sebastian con Mojo. Un ecosistema narrado, elipsis, momentos cotidianos y disensiones mediante, como una carta de presentación con olor a rosas y una cobertura de purpurina que no nos dejan ver el bosque: Y es que, detrás de cada movimiento bailongo o partitura interpretados por dos iconos del buen gusto como Emma Stone y Ryan Gosling, se esconde un germen de pecados capitales cercano al de Whiplash; en esencia, estos Seb y Mia están tan ansiosos como sus protagonistas. Dirás que no se trata de dos locos con aires de grandeza, aunque, si lo piensas, un poco sí. Entre ellos se soportan, se propulsan, hasta cierto punto, pero no terminan de encajar con lo que viene siendo el entorno directo de sus vidas. Ambos, en el momento de su encuentro (con pinceladita cómica y, posteriormente, la mejor secuencia de la película con fondo de ‘A Flock of Seagulls’), buscan desesperadamente un apoyo que les impulse en una ciudad iluminada por su propia cultura del esfuerzo. Esa unión es fruto de una simbiosis antropológica totalmente desligada del entretenimiento que supone para todos nosotros y, sobre todo, del éxtasis que nos produce su material sonoro. Siendo este último el principal gancho para el gran público (y donde reside toda la fuerza del filme -que se lo digan a todos lo que siguen sufriendo el síndrome ‘Another Day of Sun’/’City of Stars’), tampoco se amilana ante el espectador que reclame unas líneas de guión algo más profundas, una cura alejada del melancólico romance placebo sobre el reconocimiento, las frustraciones y el éxito. Chazelle no encontró ningún tipo de cortapisas en su segunda película -la primera fue Guy and Madeline on a Park Bench, el simulacro de la historia que acabó siendo La La Land– para contarnos que, en no pocos casos, la fama hay que sangrarla, y de qué manera. Es una suerte de retratista con la excelencia como máxima, quien enfunda sus verdaderos intereses en papel de embalaje technicolor.

La La Land

En el proyecto abanderado de Universal, en cambio, nadie intenta tomarse la medida con el de enfrente, sino que prefiere inspirarse en un juego de espejos para componer un equipo anti-fracasos, a modo de superhéroes mundanos de los 70 en un barrio que imparte justicia a golpe de portazo. Es esa, precisamente, la única (y más que suficiente) razón para no caer en constantes comparaciones con los mitos del género musical firmados por Demy, Stanley Donen o Vincente Minnelli. La La Land, a pesar de sus evidentes ¿homenajes?, es algo más engañosa que los poderosos filmes sobre las barreras del amor y los triunfos. Aquí encontramos un puñado de subtextos psicológicos en busca de la ambigüedad y de, en suma, una compensación lo suficientemente madura como para subvertir el excesivo tono naíf de su puesta en escena. No obstante, tampoco quiero jugar a engaño con el legado que nos deja la cinta. Disfruto cuando Stone entona ‘Here’s to the fools who dream’ durante la audición para el papel de su vida. Porque sin saberlo, logra convencernos de que sus problemas y los nuestros pueden compartir algo más que coreografías bonitas a la luz de las estrellas y serenatas de esperanza en tugurios donde años antes sonaba el jazz de los grandes. Quizá su singularidad y nuestra globalización estén estrechamente ligadas por el romanticismo de ese soñador nostálgico al que encarna Ryan I de Hollywood. Ambos contra las cuerdas en una ciudad que demanda artistas alejados de estilos demodé, capaces de evolucionar con los tiempos para ser triunfadores del aquí y el ahora, recreando el pasado que tanto anhelan haber vivido. Una calurosa mañana de invierno sobre el asfalto de Los Ángeles bien puede convertirse en el evento que nos hechice en una perpetua huida hacia delante. Y es que Chazelle y su mano derecha, Justin Hurwitz, tienen un talento y sensibilidad especiales para rodar y componer música; para descifrar la dureza del cínico. Tanto que, a sabiendas de estar viendo un relato infantil, nos hacen volar. Las cifras juegan con buena mano, pero la ilusión siempre va un paso por delante.

*Artículo originalmente publicado el 13/01/2017.

Tráiler de ‘La La Land’

Sobre Mario Álvarez de Luna

Periodista cultural | Crítico cinematográfico | Analista televisivo.

2 comentarios

  1. ¡Muchas gracias, Lucas! Sobre Marvel/DC hablo aquí:

    https://www.cinemascomics.com/author/mario-alvarez/

    Un saludo.

  2. ME ENCANTA tu blog es muy bueno , pero me gustaría que ademas de Thriller , Drama y mas . Pudieras hacer un poco de Marvel, DC, Warner Bros. Gracias,Saludos.

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